Fue en 2019 cuando por fin me uni a los cerdos salvajes. Varios años antes mi hermano Sera, otro cerdo salvaje, ya me venía animando para que lo hiciera. Ganas no faltaban para ello pero mi vieja Honda CB two fifty de 250 cc no estaba preparada para tales batallas y tuve que esperar a que por fin cambiara de montura. Con la Honda NC 750 x ya no había excusa y la N2 portuguesa era demasiado seductora como para no hacerlo.
Creo que hasta entonces no podría considerarme como un motero en sí ya que solo usaba la moto para ir y venir a trabajar a Madrid, aunque siempre que tenía tiempo intentaba dar un rodeo para callejear y exprimir un poquito más ese momento sobre la moto. Además, supongo que con una moto de dos y medio no se dan las circunstancias para hacer grandes rutas donde apreciar esas experiencias, de hecho ciertos viajes a Salamanca con la vieja CB provocaron casi lo contrario.
He de decir que no es lo mismo culebrear entre los coches por las calles de Madrid qué ponerse en carretera subiendo y bajando puertos o tomando curvas de todo tipo, la destreza que puedas tener en lo primero no hace que la tengas para lo segundo, por eso mi primera ruta la afronté con un poco de respeto. Pero el consejo de los compañeros, verlos rodar y el paso de los kilómetros te van dando la confianza necesaria para disfrutar de la experiencia. Aún soy el último en llegar a los miradores y en bajar los puertos pero como bien dice el lema del grupo «Moto rutas sin prisa» y cada uno a su ritmo.
Pero una ruta va más allá de la moto, están los paisajes, los pueblos y las ciudades por las que pasamos. Comer, cenar o una copa en esos lugares de destino. Charlar y compartir las incidencias del día. Planificar o discutir la ruta en el momento, o cambiarla sobre la marcha para darse un baño o tomar una cerveza. En realidad, el único inconveniente de ir en moto es no tener espacio para coger esos vinos, dulces o recuerdos de los lugares que visitamos.
En fin, que esto es como el picorcito, una vez que lo pruebas no lo puedes dejar.